Los profesionales de la formación en las organizaciones llevamos asistiendo durante los últimos años al aterrizaje de una nueva modalidad de formación: el Mobile Learning. Y resulta que una y otra vez parece que viene con determinación de quedarse, aunque no acaba de instalarse con solidez y convicción en los sistemas de aprendizaje corporativos.
Unas veces fueron contratiempos tecnológicos: escasa velocidad e la conexión a Internet, dispositivos de resolución no adecuada, versiones de hardware o software con dificultades de incompatibilidad o incómodas interfaces.
En otras ocasiones se debe a aspectos culturales, dada la concepción de los dispositivos móviles más relacionada con la telefonía y el ocio que con la formación. Y no hay que olvidar la tradicional barrera con la metodología e-learning que, por extensión, también se aplica a cualquier modalidad formativa que se distribuya a través de las nuevas tecnologías.
Pero el verdadero motivo del recelo que aún existe en las corporaciones por el m-learning reside en la dudosa aportación al proceso enseñanza-aprendizaje y, por tanto, a la consecución de los objetivos de aprendizaje. El hecho de ser aprovechado sólo como un complemento de refuerzo o seguimiento de otras metodologías de formación (con baja contribución en ese mix) lo convierten en prescindible teniendo en cuenta la inversión en ocasiones requerida.
Si además del contexto económico actual (también visible en los presupuestos de formación y desarrollo) se tiene en cuenta que hoy en día los desarrollos basados en los elementos diferenciadores de los dispositivos móviles (geolocalización, realidad aumentada, cámaras integradas…) no convencen en términos pedagógicos y docentes, no tenemos más remedio que decirle al m-learning…” vuelva usted mañana”.